“Todas aquellas palabras que
en su época fueron escritas permanecen
en algún lugar”
Desde su muerte, todo ha ido cambiando para mal, y la vida en el mar ya no es lo que era. Antes vivíamos rodeados de maravillosos seres acuáticos que alegraban la vista y, de vez en cuando, para qué negarlo, el estómago. Pero ahora todo es distinto. El otro día, por poner un ejemplo contaminante, me zampé un ser rarísimo, muy fino y muy frío, y aunque es cierto que pude aplastarlo con facilidad, me abrió una herida en la lengua y me rasgó las cavidades estomacales.
El fondo marino hoy en día ya no es verde vegetal o blanco coralino; además, cada vez quedan menos peces con los que charlar. Si tenéis la oportunidad de hablar con algunos de ellos algún día os dirán que decidieron cambiar de residencia por miedo a ser engullidos; otros, por desgracia, no corrieron la misma suerte, y no los hemos vuelto a ver por culpa de unas misteriosas desapariciones provocadas por unas redes muy extrañas que provenían del lugar en el que el agua desaparece. El tiempo te enseña a convivir con ellos, pero quizás llegue un momento en que el tiempo deje de existir. Todo está yendo a peor, y la esperanza de un mundo marino mejor para todos sólo aparece cuando ocurren sucesos fantásticos, como el que me propongo contar a continuación.
Hace unos días, y os pido disculpas con antelación si mi verborrea llega a ser agotadora, uno de estos extraños parásitos se introdujo en mí sin mi permiso mientras conversaba con mi amiga Tortuga Trotamundos, que acababa de llegar del Valle del Agua Multicolor con noticias frescas sobre la Guerra Oceánica que allí se libraba, y noté, al cabo de poco tiempo, un pinchazo leve en el corazón. Fue muy tímido, casi inapreciable pues apenas lo notaba, pero de vez en cuando sentía como si algo descendiera por él y se introdujera en lo más profundo de mi corazón. Notaba un cosquilleo placentero, placentero pero molesto, en realidad más molesto que placentero, para qué negarlo, de hecho era tan molesto que creí que el fin de mi vida había llegado. Pero no fallecí, parecía como si el destino de ese ser, que se había aposentado en mí con artimañas poco venerables, fuera vagar por el mundo a costa de mi cuerpo.
En un primer instante hice caso omiso al leve y extraño pinchazo, porque hablar con Tortuga Trotamundos no era algo que solía ocurrir cada día en el fondo marino. Así que, una vez me olvidé del dolorcito, conversamos durante tres días seguidos mientras comíamos plancton y bebíamos del licor de seres unicelulares que tanto nos hacía sonreír. La velada la concluimos durmiendo en las conocidísimas camas coralina. Así pasaron los días, hasta que llegó la partida de mi gran amiga.
La despedida no fue nada efusiva, de hecho fue inexistente, pues en el fondo marino existe la creencia de que sólo debes despedirte de aquellas personas a las que no verás o no deseas ver jamás.
Después de su irremediable marcha empecé a dar saltos y saltos y más saltos, tantos que aún hoy los doy para celebrar aquellas memorables tertulias, a pesar de los destrozos. Ojalá hubiesen sido saltos de alegría. Sentía como si tuviera algo en mi interior que no dejaba de hacerme cosquillas. Como aquí, el Reino de la Ballena Huin, el único habitante es la ballena Huin, o lo que es lo mismo, yo, emprendí un viaje en busca del antídoto que me librara de aquel pinzamiento, un viaje que aún hoy recuerdo al notar que algo del exterior se introduce en mis entrañas.
El reino me fue adjudicado por herencia genética cuando mi madre, la ballena Suin, murió. Suin era una ballena muy vieja y empezaba a contar relatos agobiantes, inverosímiles y repetitivos sobre las legendarias batallas contra seres del ultrafondo marino, signo de muerte cercana para las ballenas, pues se te acaban secando las neuronas y plaf, adiós animal mítico.
Pues bien, al partir mi vieja amiga hacia el Valle del Agua Multicolor un pinchazo me recordó que, tres días antes, un ser extraño entró a formar parte de mí sin mi consentimiento. Lo peculiar no fue el hecho, sino las consecuencias que provocaron en mi mente. Yo sabía que aquello no podía matarme, pues aunque un poco vieja, seguía siendo fuerte y poderosa, pero no soporto, y creo que jamás podré soportar, las cosquillas.
Y fue entonces que empecé a saltar y saltar, y a darme golpes y más golpes contra la montaña coralina que, por aquel entonces, era mi morada. Cuando desapareció el cosquilleo descubrí que, con él, también se había esfumado gran parte de mi reino, que yacía en ruinas en el fondo del mar. Ante esa catastrófica situación decidí ir en busca de mi amiga Tortuga Trotamundos, pues ella lo sabe todo.
Por aquellos tiempos, yo nunca antes había visitado el Valle del Agua Multicolor, pero conociendo a mi amiga, y con la inestimable ayuda de mi intuición, estaba segurísima de que no me pasaría nada que no estuviese en el guión previamente analizado con meticulosidad: si la tortuga se fue en dirección sur, mi camino era el sur.
Yo tenía ciento treinta y cuatro años marinos entonces, y ésa fue la primera ocasión que tuve para conocer el exterior de mi reino. No conocía a nadie, pero mi capacidad para resolver los problemas con la única ayuda de los elementos que me rodeaban me ayudaría a salir intacta, airosa e invicta de aquel largo aletear. Estaba convencida.
El principio de lo que debía ser el sur estaba mucho más sucio que mis tierras y mis aguas, y si yo habitaba sola, ese territorio, por el que pululaba cual elemento migratorio, parecía también desolado.
Todo era negro; la ausencia de seres debía estar provocada por esa negritud siniestra y acongojante, por ese silencio tétrico y fúnebre que turbaba mi bienestar. La oscuridad era absoluta, no podía ver nada, aunque quizás fuera que, en realidad, no había nada, nada de nada. No recordaba ni tan siquiera cómo había llegado hasta allí ni cuanto tiempo había pasado desde que salí de mi reino. Cuando mi cuerpo dejó de moverse sin rumbo me quedé inmóvil, condenada por un trance jamás antes vivido. En aquella terrible soledad recordé el lugar del que procedía, fue como una luz que me atravesó las neuronas, pensé que cómo podía ser que aquella oscuridad sensorial tan potente no hubiese ganado terreno en mi reino.
A veces todo es cuestión de tiempo, y mientras pensaba en esa curiosa circunstancia apareció ante mí, como un jinete apocalíptico que viene a mostrar el fin del mundo, una luz cegadora que invadió mi ser. Era brillante, muy, pero que muy brillante; parecía la esencia del sol concentrada en un diminuto personaje amorfo de aparencia simpática y de anhelo salvador.
-No te conozco- me dijo el bichejo extraño.
Yo me estremecí ante sus primeras palabras, supongo que por la novedad del ser que ante mí se dibujó, y por su estúpida aclaración.
-Yo tampoco tengo el placer de conocer a semejante apariencia- le respondí trémula e irreconocible, pero con el porte que deben mostrar las reinas en sus palabras.
-Mi deber y obligación es proteger la oscuridad que reina en esta tierra y este agua, que están irremediablamente destinadas a formar el reino más precioso una vez ocurra lo que durante neones de años llevo esperando- dijo ante mi estupefacción.
-Bien, pues yo soy la vecina de al lado- le dije con seguridad.
-Eso es imposible, mentirosa -me dijo la amorfa luz.- La Ballena Suin murió sin descendencia y nadie se ha aproximado a su reino por respeto a su eterno ser y a sus tierras.
-Pues qué quieres que te diga, ser ingenuo e incrédulo. Escéptico de nacimiento pareces, pues usas palabras que desafían a mi dinastía. Si observaras más y mejor, apreciarías en mi cuello el collar de una estirpe eterna, inmutable y única, una saga que jamás desaparecerá, la Saga de las Ballenas del Mar de Coral.
-Perdone, Su Majestad...
-Y además, debo decirte que sí he recibido visitas, pues conozco lo acontecido en el mundo oceánico gracias a la Tortuga Trotamundos.
-¿La Tortuga Trotamundos? ¡Pero si murió hace siglos!- Dijo riéndose de mí.
-Sí, la Tortuga Trotamundos he dicho, y si no te lo crees mira este objeto que me regaló.
Saqué de mi buche, con la ayuda de un delicado eructo, un trozo del caparazón de la Tortuga Trotamundos que me regaló justo antes de partir.
-Perdone de nuevo, Su Majestad, pero creíamos...
-Creíamos, creíamos, siempre creer sin intentar, al menos, discutir nada. Pero no pasa nada, tranquilo. Respóndeme a una pregunta que tengo una curiosidad: ¿Qué dices que serán estas tierras después de que ocurra aquello que dices debe ocurrir no a mucho tiempo de hoy?
-De momento, oh Majestad, están únicamente destinadas a ser vigiladas por mí, pues existen muchos seres acuáticos que quieren conquistarlas dada su virginidad, material abstracto muy preciado en estos tiempos, ya que jamás ser alguno ha habitado en éllas desde su ancestral creación. ¿Y usted? ¿Cómo que ha tardado tanto en salir de su reino?- me preguntó el pequeño luminoso.
- Tutéame por favor, me siento incómoda ante tanto protocolo. Verás. Se me clavó algo en el corazón y me puse muy nerviosa, tanto que salté y salté hasta que mi reino quedó en ruinas.
-¡No puede ser! ¡El Reino de las Ballenas del Mar de Coral en ruinas, destruido por un ser invisible¡
-No, creo que no es invisible a tus ojos. Mira en mi corazón, ahí debe de haber algo extraño, algo que no me pertenece.
La pequeña lucecita se introdujo en mí; al llegar al corazón miró con detenimiento y dedicación el curioso objeto y exclamó:
-¡Pero qué diente de agua es esto que ven mis ojos! ¡Jamás he visto semejante recta monocromática! Siento decirte esto, hija de la gran Suin...
-Huin.
-¿...Huin? Si era Suin la antig...
-Sí, y yo soy Huin.
-De acuerdo, Huin. Siento decirte esto, pero yo no puedo ayudarte porque, según cuentan, el que me creó murió antes de darme forma y carezco de apéndices; soy un ser de la estirpe de los casi inútiles, pues sólo puedo vigilar y avisar. Vengo a ser algo así como la esencia de los no seres, algo que ni yo mismo entiendo, pero eso fue lo que dijeron cuando nací.
-Bueno, pues me sentiré complacida si me dices cómo puedo salir de esta negritud apocalíptica y dónde se encuentra el sur.
-Vas bien, gran Huin; sólo debes seguir recto y preguntarle al Guardián de las Ostras Sagradas por el desvío correcto.
-Ohhhhh. Muchas gracias....
-Uhd.
-Pues muchísimas gracias, Uhd. ¡Hasta la vuelta!
-¡Espero que sea pronto y que te puedas desprender de tus cosquillas!
-Eso espero yo también, eso espero.
Y así fue como me despedí de Udh y él de mí. Seguí, como bien me había indicado El Guardián de la Tierra Virgen, todo recto. A medida que avanzaba la oscuridad se hacía menos intensa, la iluminación crecía y el paisaje, que empezó de un negro confuso, se convirtió en un azul espléndido, decorado por vegetales de todo tipo y peces muchas veces inexplicables, unos con aletas descomunales y otros, quizás más curiosos que estos, carentes de ellas. Logré divisar, a tres atunes de mí aproximadamente, a un personaje con cara de pocos amigos.
-Hola. Buenos días- le dije, como el ser educado que soy.
-Mira, ballena ingenua -me dijo-. Para empezar, los rayos de sol ya no avanzan por estas tierras desde hace un buen rato, lo que significa que no es de día, sino más bien de noche; continuando con las aclaraciones, si crees que son merecedores de la calificación “grandes días” estar sentado toda una vida al calor de algo que ni tan solo aprecias es que eres tonta, personalidad de un ser no grato en mis dominios. A ver, quién eres, qué quieres, por qué estás aquí, cómo has llegado y cuándo llegará el glorioso momento de tu partida.
-Mira, maleducado. Soy la Ballena Huin...
-Encima mentirosa.
-... quiero que me digas dónde está el camino que conduce al sur...
-Ingenua.
-...estoy aquí porque me han dicho que el Guardián de las Ostras Sagradas...
-Ese soy yo.
-....pues bien, me han dicho que !tú¡ me ayudarías; he llegado aquí siguiendo el sur desde mi casa y con la inestimable ayuda del Guardián de la Tierra Virgen, y me iré inmediatamente después de que me digas qué dichoso desvío debo coger.
-¿Por qué quieres llegar al sur?
-¡¿Es que todos me vais a preguntar lo mismo?! Hace tres días se me clavó algo en el corazón, destruí mi casa intentando librarme de ello y necesito la ayuda de mi amiga Tortuga Trotamundos, mi amiga del sur, el único ser suficientemente dotado de inteligencia y medios corporales para extraer dicho sufrimiento.
-¿Y por qué crees que yo puedo ayudarte?
-Verás...¡si pusieras más atención! Tú no puedes ayudarme, sólo puede mi amiga la tortuga. Tú sólo debes indicarme el desvío correcto que conduce al sur y, como ya te he dicho antes, Udh me dijo que te lo preguntara a ti...
-¡Ese maldito Udh! ¡Cuándo dejará de meterme en sus asuntos!
-Si no le importa- le dije ya bastante cansada- darse un poco más de prisa... Es que me pica... no podré aguantar mucho... y eso puede ser muy perjudicial para estas tierras...señor...
-Mi nombre no te importa, ballena tonta. Sigue recto y, en la puerta dorada, te buscas la vida.
Impresentable, ¿verdad?. Pues veréis: me marché de allí sin despedirme, para hacerle notar que yo también podía ser maleducada, y justo cuando iba a llegar a la puerta dorada, me llamó.
-¡Ballena tonta!
-¡¡¡Huin!!!- le dije yo a viva voz.
-¡¡¡Ten esto, ballena tonta!!! ¡¡¡Sin este objeto jamás podrás llegar al sur!!!
En el fondo, no en el marino, aunque también, El Guardián de las Ostras sagradas era un buenazo, si bien es cierto que demasiado solitario y, por ende, gruñón.
Lo que el Guardián de las Ostras Sagradas me alcanzó fue, según me comentó él mismo, un preciado objeto perteneciente a los habitantes de La Tierra de las Palabras. Lo deposité en el interior de mi boca y, después de despedirme com la reina que soy, me dirigí hacia la puerta dorada.
Una vez allí, cual fue mi sorpresa al descubrir que no se podía abrir. Entonces pensé que las palabras del guardián de las Ostras Sagradas se referían a que debía usar el objeto que me había dado para poder abrirla, así que saqué el libro que me había dado y busqué en su interior una fórmula mágica o algo por el estilo.
La sorpresa no fue ni mayúscula ni minúscula, y es que lo más sorprendente de todo fue que el libro estaba en blanco. Miré alrededor en busca de ayuda y parecía que, de nuevo, volvía a estar sola en un nuevo mundo inexplorado. Había dos puertas: una diminuta y plateada con forma de eme mayúscula que, según una inscripción, conducía a La Tierra de las Palabras, y otra muy grande, enorme, descomunal, y cuyo letrero anunciaba lo que detrás de su magnificencia nos encontraríamos: Aguas de la Muerte Eterna. Me puse muy nerviosa al leer la palabra muerte, como si yo nunca fuera a morir, qué cosas. El corazón me latía a una velocidad de vértigo, lo que provocó que el libro se cayera al fondo marino abriéndose por la mitad exacta. No sé si fue por ese motivo, pero la puerta que conducía a las Aguas de la Muerte Eterna desapareció y se abrió la de la Tierra de las palabras. A veces, la solución es tan sencilla que perdemos mucho tiempo intentando adivinar complicados rompecabezas.
Ahora puedo decir que pertenezco al selecto club de los visitantes de esa tierra tan exótica. No os puedo contar gran cosa sobre élla, pues así me lo pidieron, pero sí que os diré como agradeciemiento a vuestra atención que allí, las casas tienen un tejado con forma de libro abierto y de sus chimeneas emanan, sin parar, palabras que construyen cuentos. Me contaron que si alguna vez aquellas chimeneas dejaban de contarlos los niños de la Tierra de las Palabras dejarían de crecer, y que eso comportaría la destrucción de un lugar que alimentaba la imaginación de todos los habitantes del mundo.
Yo me encontraba asustadísima ante la posibilidad de que algún día pudiera ocurrir esa desgracia, pero mi congoja creció cuando advertí que de la chimenea del Palacio de la Tierra de las Palabras, un cuento relataba que el Gran Rey estaba convaleciente desde hacía tres días por culpa de una grave enfermedad, y que, como siempre había sucedido con sus antecesores, al tercer día la Puerta de la Muerte Eterna se abriría para él. Lo preocupante de la situación no sólo era eso, sino que, dada su juventud, no dejaba descendencia, y esto provocaría que todas las chimeneas del reino dejaran de regalar cuentos, con todo lo que eso significaba para el mundo marino y los del más allá.. Pero aún había una pequeña esperanza, una diminuta esperanza con la que concluía el cuento:
“Sólo un ser puede salvar al Rey de la Tierra de las Palabras, y ese ser viene de lejos; su reino está en ruinas y su corazón lleno de tinta”
Yo me reconocí en las dos primeras frases, pero en la tercera me di cuenta de que no podría hacer nada. Como soy una ballena optimista por naturaleza, pensé que dos frases de tres era una buena estadística y me presenté ante el rey, no sólo para que me ayudara a desprenderme de mis picores guiándome hacia el sur, sino para ver si podía servir de ayuda.
Los guardianes de palacio se estremecieron al verme, y después de saludarme con vehemencia, las puertas se abrieron. Pensé que todo aquello resultaba un tanto extraño; llegué a la conclusión de que los de la guardia real eran seres muy preparados y, por ese motivo, reconocieron el Collar de la Dinastía de las Ballenas del Mar de Coral. Y así fue que entré sin problemas ni pregunta alguna.
Al llegar a la estancia real, que en realidad era la única estancia, el rey, sudando lágrimas y llorando sangre, me dijo con un leve hilito de voz:
-El libro, el libro, cuéntame lo que cuenta, cuéntame el cuento.
-Sus páginas blancas son, Mi Majestad- le dije yo con seguridad y un poco extrañada.
-No. Te equivocas. Tú eres la elegida Posees en el interior de tu corazón el antídoto. He leído tu cuento infinidad de veces en la chimenea de Tortuga Guerrera.
-Oh, mi rey, lamento decirle que es mi alma noble y mi reino en ruinas se halla, pero mi corazón no está de tinta relleno.
-El cuento Huin, cuéntame el cuento, rápido.
Tras estas palabras el rey desfalleció, y yo estuve a punto de acompañarle en su desvanecimiento al escuchar mi nombre, pues nunca lo había pronunciado en su reino. Creí que el fin del Reino de las Palabras había llegado y me quedé sin aliento. Pero aún había tiempo según el médico real, pues aquello sólo había sido un desmayo.
¿Qué cuento debía contarle? ¡Si yo no sabía contar cuentos¡
Mi inteligencia, en ese momento, me dejó de lado; mi mente se quedó en blanco, como el libro, y volví a sentirme sola de nuevo en un lugar desconocido por mí. Pero, como ya os he dicho, en las situaciones límite suelen ocurrir cosas maravillosas, y aquel momento, aquel instante de tristeza fue relegado por el más glorioso de mi existencia, unos segundos repletos de sensaciones que, seguramente, jamás se repetirán en mi corazón, como os contaré a continuación.
Lentamente,con un movimiento armonioso, se fueron dibujando en mi mente palabras. Cuando las pensaba, salían por mis ojos y se introducían en el libro, y al leerlas en voz alta se creaban copias que salían del libro para introducirse por los oídos del rey. Fue un espectáculo en toda regla, maravilloso e inolvidable, y lo mejor de todo, es que todo no acababa ahí. Cuando las palabras se introducían en el rey, éste las pronunciaba en voz alta y ascendían por la chimenea de palacio con una sincronía y una coreografía dignas de los mejores delfines. De esa manera, todos los habitantes del lugar conocieron la buena nueva.
No recuerdo lo que duró el baile de palabras; sólo sé que, al llenarse el libro de éstas, el rey despertó y el cielo, que antes era oscuro y triste, se transformó en lo que, desde aquel día, se conoce como El Cielo de las Palabras de Huin. El rey me dio las gracias efusivamente, y la reina, y sus hermanos, y todos los habitantes de aquella espléndia tierra. Me invitó a que me quedara a cenar y a disfrutar de la fiesta en honor a su nueva vida, pero no pude. El dolor en mi corazón era insoportable y necesitaba encontrar a Tortuga Trotamundos. El monarca me dio las gracias de nuevo, me regaló el libro y, después de indicarme el camino hacia el sur, me despedí de ellos con una sonrisa enorme.
Al salir de aquellos inolvidables parajes los pinchazos desaparecieron. Pero lejos de sorprenderme por eso, otro acontecimiento novedoso se presentaba ante mí, pues me econtraba de nuevo ante la Gran Puerta Dorada, aunque esta vez un poco modificada, ya que ahora, en élla, había una inscripción:
“Sólo el Salvador podrá pasar por esta puerta.”
En la puerta no había pomo. En lugar de ello observé una rendija del tamaño de un libro. Gracias a mi gran inteligencia deduje que debía introducir el libro por ella. Y eso fue lo que hice, y al hacerlo la puerta se abrió y el libro desapareció, desgraciadamente para todos los que desean conocer el cuento que salvó al rey, pues en mi mente no se quedó grabado, supongo que por el trance en el que estaba sumida al pronunciarlo. Aún así, si queréis conocerlo, sólo tenéis que visitar la Tierra de las Palabras y, seguramente, allí lo encontraréis brotando de alguna chimenea. Y lo mejor de todo es que no sólo podréis encontrar mi cuento, lo mejor de todo es que allí podréis leer todas aquellas palabras que en su época fueron escritas.
Como decía, al introducir el libro en la puerta ésta se abrió y desapareció con cuento incluido. Ante mí pude ver a un ser de aspecto divertido. Mi madre, la Ballena Suin, me había hablado de ellos cuando me relataba los cuentos que no se han olvidado gracias a la memoria de los ancestros y los libros. Jamás pensé que aquella belleza, que creí invenciones marítimas, pudieran existir en realidad.
Era una diminuta piedra dorada de pequeños ojos azules, sonrisa amable y que desprendía un polvillo al batir sus alitas de sal multicolor. Mi madre decía que gracias a sus alas el mar era salado y por eso cambiaba de color.
-¡Oh ballena Huin, qué agradecidos te estamos todos!. Sin el poder de tu imaginación mis alitas se habrían quedado sin sal y sin color, el Valle Multicolor estaría en ruinas y las Fuerzas Oscuras se habrían apoderado del fondo marino. Has sido nuestra salvación.
-Bueno, no creo que merezca tal honor. En realidad no recuerdo nada del cuento, así que no creo que fuera yo quien lo inventara.
-No seas modesta, Huin.Ese cuento lleva en ti desde que naciste, y desde que naciste tengo el deber de concederte un deseo en el momento que salvaras todo nuestro mar.
Un deseo. Para ser sinceros, un deseo es un gran regalo, pues todos tenemos muchos deseos que posiblemente jamás se lleguen a cumplir; pero en aquel momento yo deseaba con todas mis fuerzas sobre todo una cosa, una cosa por la que había arriesgado mi vida.
-Un deseo es un gran regalo- le dije-, pero mi mente está llena de ellos y no sé cuál me conviene más. Mi reino está en ruinas...
Ante estas palabras, El Hada del Valle Multicolor, que así se llamaba, dijo ante mi asombro:
-Ballena Huin. El Mar de Coral es hoy el lugar más bello del ultrafondo marino; en la Tierra de las Palabras no dejan de expulsar cuentos sobre ti, y supongo que te habrán contado que esos cuentos se hacen realidad. No debes preocuparte por tu reino, pues ha dejado de ser lo que fue.
-¡Oh, Hada del Valle Multicolor! ¡Qué dichosa soy!
En ese instante, mi corazón volvió a encogerse de dolor. Creía que iba a destruir el Reino del Hada, así que le pedí que, como deseo, me concediera el poder ver a mi amiga Tortuga Guerrera.
Jamás, y cuando digo jamás me refiero a hasta ahora, he sentido tanto dolor como cuando el Hada me dijo que mi amiga había muerto mientras se dirigía a dar noticias sobre la guerra a casa del Rey de las Palabras. El dolor cesó de golpe cuando apareció ante mí el espectro de mi amiga, de mi vieja y querida amiga.
-No llores Huin. A veces tiene que morir alguien para que muchos sobrevivan. Mi vida debía acabar haciendo lo que más deseaba: avisando a la gente de los sucesos malignos que ocurren en nuestras tierras para que no se vuelvan a repetir. Ahora debo pedirte algo, debo pedirte que me reemplaces en mi trabajo.
-Será un honor para mí, Mi querida Tortuga Trotamundos, será un honor.
Y ésa fue la última vez que oí a mi amiga y la última vez que sentí un pinchazo en mi corazón pues, acto seguido, le dije a la Gran Hada que enviara lo más lejos posible de nuestro mundo a ese ser que me hacía cosquillas con su tinta negra.
Y creo que así lo hizo, pues hace mucho tiempo de esta historia, y mucho tiempo que no me duele el corazón.